Nunca fui la dulce niña de tus ojos, ni la mejor barca del mar. Nunca de nadie, dueña de todo: de lo imposible, de lo irreal...
¿Las verdades parecen ser mentiras o son las mentiras las que parecen ser verdades? En este mundo es todo tan cambiante que no sé si podemos llegar a diferenciarlo... cuando menos, resulta cada vez más confuso.
¿Cuánto de cierto incluimos habitualmente en nuestras palabras? ¿Cuánto de querer parecer hay en ellas? ¿Cuánto de querer ser? Apenas sí esbozamos conscientemente verdades sin probables desvirtuaciones subliminales. Ni siquiera cuando hablamos con nosotros mismos (nos sentimos presos, sujetos a no sé qué), cuando intentamos explicarnos lo que nos llega de cada sentimiento. Las sensaciones sí son sinceras: casi nunca tienen explicación, y llegan sin ser avisadas, sin tomar la mano de nadie ni nada. Los sentimientos no, los intentamos amoldar a nuestra forma de pensar, de ver las cosas, a nuestros conceptos, la mayoría de las veces mal infundados... a lo que creemos que tienen que ser, en definitiva. Casi nunca los sentimos tal y como son, ni siquiera lo intentamos; es más, queremos evitarlo, porque entonces duele. Duele tan dentro que ninguna de tus ridículas convicciones pueden frenar el vacío que te va inundando, sea para bien o para mal. Y es simplemente que a nadie le gusta sufrir, pero es el plato a degustar a cambio de las cosas buenas que te ofrece la vida, y que sólo así podemos llegar a percibir. Dejémonos sentir lo que sentimos tal y como lo sentimos. Sin poner trabas, sin obstaculizarse, sin dependencia, sin condiciones, sin ambiciones, simplemente dejándonos llevar por la corriente... por la corriente de los acontecimientos, que, lo quieras o no, va a llevarte irremediablemente por tu camino. El camino que tú elijas... nunca una travesía definida.
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