Jirones de pasado
Vaya, rebuscando en mi agenda del 2004 he encontrado cosas que escribí entonces que no he llegado a colgar (o eso creo, espero no repetirme). Ahí van:
Últimamente las lágrimas me escuecen más de lo corriente... Al fin y al cabo desahogan más que el pensamiento que te corre por dentro. Y ¿qué consigues arañando los recuerdos cuando el presente no llena el vacío que el paso de un todo ha dejado? Es quizás decepcionante, tener que aceptar que lo mejor de tu vida ha sido mentira, fruto de tu puede que desviada imaginación. Cuando tu realidad se torna monotonía y concluyes que no lo puedes cambiar (mentirosa) comienzas a caminar por el desdén de lo esperado. Y es ahí cuando eso, lo anhelado, se convierte en tu auténtica realidad. Y ya no te deja escapar, ya no te deja pensar en nada. Puntillosamente te acecha al levantarte, para que al irte a dormir la pereza no deje que algo verdadero llegue a tu mente. ¿Existe forma alguna de librarse? Quizás se llame felicidad.
Decía cosas que no entendía. Me parecía injusto no poder ayudarla. Le conté que todo aquello tarde o temprano iba a pasar, que no merecía la pena, y que no debía darle tantas vueltas a la cabeza. No atendía a razonamientos, sólo lloraba y lloraba, y parecía que la fuente de sus lágrimas iba a permanecer inalterablemente inagotable a lo largo de toda la noche. No fue así. Pero tardé en conseguir que parase de gimotear. Quizás no le había servido de mucho lo que le había dicho. Seguramente seguía pensando exactamente lo mismo que al inicio de la noche. Al menos había conseguido arrancarle una leve sonrisa. La había visto sufrir mucho, demasiado, pensaba. Yo nunca había sentido algo tan fuerte por nadie como lo que ella mostraba en aquel momento. Ni siquiera le había sido correspondido, y ya le estaba haciendo tanto daño que me asusté, y me juré a mí misma no cometer jamás aquel error. Enamorarme.
Aquella mañana salí de casa con un tono de color en mi cara distinto al de todos los días. Andaba por la calle como con un halo de superioridad. Me sentía como si todo el mundo de alrededor ignorase algo que solamente yo había sido capaz de atisbar. Miraba con desdén alas parejas. Y ese nuevo sentimiento, que intentaba abrirse paso dentro de mí, se instaló a medio camino entre las ventajas y los inconvenientes que podía acarrearme. Durante aquella etapa estuve con varios hombres, todos ellos mayores que yo, con experiencia y el suficiente sentido común como para no esperar nada que sobrepasase los ciento veinte minutos de relación. Salía por los bares pensando hallarme en una posición más elevada, en un punto de vista desde el cual se veía todo como era en realidad, y nadie más a mi alrededor se daba cuenta, aunque más de una vez me habían oído hablar de ello, pues solía alardear de tener las ideas claras.
Un día encontré de nuevo a mi amiga. Había dejado de ser una niña apesadumbrada para convertirse en una mujer madura, cuya mala experiencia le había ayudado a aprender algo más sobre la vida. Entonces comprendí que había estado haciendo el ridículo.
Y las tinieblas, y las hebras de luz, y los reflejos en el agua siempre en segundo plano, ¿por qué sólo miran la fortaleza?
Y las gotas de lluvia en la ventana, y el reflejo del azul en el cristal, y las arrugas de la frente siempre al fondo, ¿por qué sólo miran el televisor?
Y el sentimiento de ahogo, y la sensación de malestar, y las sombras en el alma, y el corazón pisoteado en el suelo siempre detrás, ¿por qué sólo miran la sonrisa?
Recuerdo tu mano bajo mi pantalón cuando tus labios ni siquiera me habían besado. Y tus piernas tiritando. Y mis momentos de locura a cargo de tus manos. Quédate una noche más, vuelve a acurrucarte conmigo bajo las sábanas como hiciste aquel día, hace algunas semanas. Y pienso en el sonido de tu aliento, en el calor de tus mejillas sonrojadas de consejos, y mis manos delirando, y tu lengua de paseo por todos mis secretos.
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