Museo Tomihiro
Situado en un emplazamiento inmejorable, el museo Tomihiro de Makoto Yokomizo es, en sí, una gran obra de arte; eso es, partiendo de la necesaria concepción de la arquitectura y el diseño como fundamentalmente materias artísticas, incuestionable. La extrapolación de algo tan sencillo como una forma primitiva para construir un gigante de lo abstracto y lo concreto, lo natural y lo artificial, lo flexible y lo sólido… resulta un novedoso deleite de opuestos. Encontramos todo tipo de ambientaciones cuidadas hasta extremos enfermizos agrupadas en un solo edificio con, si no recuerdo mal, un cometido: mostrar las obras de Tomihiro Hoshino, pero a eso volveremos luego.
Utiliza elementos novedosos, como la madera traslúcida, los sándwich con hojas naturales, o, lo que evidentemente resulta más evidente, que todas las salas son redondas. Este es el punto con el que más de acuerdo estoy, me resulta totalmente lógico y perfectamente razonado el hecho de que una sala circular favorece la equidad entre las distintas obras a exponer. Me parece igualmente razonable, e inteligente, el uso de salas anteriores y posteriores a las de exposición para acostumbrar la vista a los visitantes. Considero acertada la adecuación de la luz y los colores de los espacios según su cometido. De hecho, si estudiamos cada una de las salas individualmente, encontramos en cada una de ellas una obra de arte. Incluso encontramos nuevas pequeñas obras de arte en cada uno de los espacios inter-circulares donde se colocaron plantas de diversa raza o materiales de distinto índole.
Es tan asombroso y detallista que, personalmente, asusta. Sin dejar de tratar la obra de Yokomizo como un trabajo totalmente exquisito, no me abandona la idea de que ha olvidado por completo que lo que tenía que diseñar era un museo para mostrar y apreciar las obras de otro. No digo que no sea posible concebir un espacio de exposición como algo susceptible de ser tratado con la misma dignidad que aquello que queremos exponer, quizás simplemente me resulta aberrante la posibilidad de que el primero le acabe robando totalmente el protagonismo al segundo. Se trata de obras de reducido tamaño, pintadas con acuarelas y realizadas en unas condiciones muy especiales y concretas. No estamos hablando de esculturas de arte contemporáneo con alambres desparramándose hacia los lados, ni de vinilos de cuatro metros cuadrados con manchas de pintura rojo pasión que no necesitan ayuda para centrar la atención en ellos. Lo que vamos a enseñar es algo delicado… En fin, lo resumiré como que, simplemente, no encuentro nada adecuada tanta parafernalia.
Es obvio que ésta es una apreciación personal, y no negaré que quedé impresionada cuando descubrí esta maravilla, no son cosas incompatibles. Simplemente, para cualquier otra cosa, el edificio es una auténtica delicia.
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