Unas ínfimas partículas de humo
He estado viendo hace unos minutos un programa sobre cine en La 2 (¿dónde sino?) presentado por Isabel Coixet en el que han pasado una secuencia protagonizada por Michel Pheifer para luego analizarla. La invitada del programa, a la que, reconoceré, no había visto nunca, ha hablado sobre el alma de una casa y la capacidad que tiene para hacernos inmediatamente recordar cualquier buen momento vivido en ese lugar. Casualmente el otro día me encendí un cigarrillo paseando por el Coso y su sabor me sonó a déjavu. Comencé a pensar en la magia de los recuerdos, en cómo unas ínfimas partículas de humo podían hacerte viajar a tiempos pasados. Me pregunto si al final de la vida lo que te rodea, todo, es un cúmulo de recuerdos, algunos buenos y otros malos, pero sobretodo los primeros. Una calle, un olor, una esquina, un bar, un banco de la plaza… tantas cosas… Todo puede ser el comienzo de un recuerdo bonito, de una etapa de tu vida, de un momento de milésimas de segundo de duración, pero que se te ha quedado grabado en el subconsciente como si lo hubieras vivido en ese mismo instante. No sé, me parece precioso que incluso la cotidianeidad sea tan mágica que pueda convertirse en ese momento tan especial en el que revives hechos pasados. Quizás nunca hayáis pensado en esto sobre lo que estoy escribiendo; si es así espero que a partir de ahora lo hagáis. Pensad que cualquier cosa que estéis haciendo puede aparecer de nuevo años después para recordaros que habéis sido felices, o desgraciados, o las dos cosas, pero habéis sido.
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