Sus ojos

Mi padre siempre fue para mí un icono, una pancarta de señalización, un símbolo en el que apoyarme. Cuando tenía dudas sobre algo le preguntaba a mi padre, y a partir de entonces todo estaba claro. Si necesitaba saber algo él siempre tenía una respuesta. Cuando se necesitaba fuerza física o destreza, ahí estaba él para solventar cualquier problema. Si buscaba un abrazo ahí estaban sus brazos para darme consuelo y algún buen consejo para no desaprovechar.
En los últimos días de su vida, que ahora me enferman, todo eso desapareció, de repente era una persona débil que había de apoyarse en ti para poder caminar. Aceptaba lo que le decías como conveniente porque no discernía entre las opciones a barajar. Era como si hubieran cambiado las tornas y ahora tú cuidaras de él. De repente todo ese papel que desempeñaba como padre, la madurez, los valores, la fuerza, la protección... todo eso había desaparecido, y sólo quedaba su esencia. Sólo quedaban el instinto de supervivencia, el cariño, el amor y la bondad. Y parecía que brillaba cuando conseguía sonreir, porque afloraba todo eso. De repente era todo alma. Y brillaba tanto aún encerrado en un cuerpo sin fuerza, rodeado de goteros, trajes de hospital y sábanas blancas, que cegaba. Por eso yo no veía que estaba enfermo, por eso no quería verlo. Por eso quizás todavía no he entendido cómo algo así puede desaparecer en un instante, sin posibilidad de retorno. Algo tan puro... no quiero creer que ya no existe. Puedo jurar y asegurar que nunca he conocido algo tan bueno y tan valioso, algo que quiero pensar que forma parte de mí. Quizás sólo deba mirarme a los ojos para reconocerle en ellos, en los suyos, pues los necesito de una manera aterradora.