Una nueva verdad

Aquellos días comenzó a experimentar cierta excitación con algunas escenas pornográficas nada decorosas. Había abandonado voluntariamente el sexo, pero no la pornografía, para ella una completa ficción. Lejos de sentirse ruborizada o incómoda, se alegró de que volviera a despertar en ella aquel deseo que hacía tanto tiempo no sentía en sus entrañas. Habrían pasado quizás cuatro años desde su última relación sexual, no lo recordaba con exactitud.

Fue aquella vez en la que se jugó su dignidad por un estúpido reto que se marcó a sí misma. Buscaba despersonalizar completamente el sexo, demostrarse que podía tratarlo como una práctica más, sin implicaciones de cualquier otro tipo. Necesitaba para ello a un hombre que no despertara en ella ningún tipo de atracción, ni física ni personal. Cuanto más alejado se situara con respecto a sus estereotipos más fructífero sería el experimento.

Al principio se sintió bien, creía que controlaba su vida, se estaba sacrificando por encontrar una nueva verdad y eso de algún modo le excitaba. Pronto no fue tan sencillo. Ya no cuando vio al hombre desnudo, sino cuando se vio a sí misma desnuda delante de él. Se sintió ridícula, supo en aquel momento que aquello era una locura que no quería llevar a cabo, que incluso le repugnaba. Sin embargo siguió, obstinada en su búsqueda, convencida de que aquello que sentía era el precio a pagar, y de que estaba dispuesta a pagarlo. Fue una noche que jamás olvidaría.