Mis pensamientos...

Wednesday, June 16, 2010

Relato por cuenta ajena

Cuando saqué el móvil del bolso pensé en lo inútil que era aquella mala costumbre de no ver la hora que señalaba hasta la segunda vez que lo miraba. Y más en aquel estúpido momento. Había jurado una y otra vez no volver a tocarle, a él no, y sin embargo de nuevo estaba allí, casi sin saber cómo y sabiéndolo perfectamente.

Me pareció tan egoísta que hasta mi propia desnudez me avergonzó. Sabía que en cuando me veía necesitaba tocarme. Era muy fácil evitar aquello, pero yo quería sentirme deseada. Aunque en realidad no, lo que de verdad anhelaba era sentirme deseable, y, aunque por breves espacios de tiempo, como siempre a cargo de sus manos, lo conseguía, aquello no solucionaba mi problema. Había intentado hacerlo miles de veces por mí misma, la única solución, pero no sabía cómo intentarlo, así que en aquel momento decidí que era más fácil dejarlo por reiterativo e infructuoso.

Me coloqué la ropa apresuradamente para escapar de allí aprovechando su ya habitual demora en la ducha, y cerré la puerta tras de mí con un breve adiós susurrado a nadie. Me pareció muy curioso que alguna vez hubiese sido tan feliz allí y en aquel momento necesitase de una forma tan apremiante huir. Quería volver a casa cuanto antes para estar de nuevo sola. Sola para ser real.

En cuanto crucé el umbral me deshice de aquella desgastada coraza que siempre lucía orgullosa en mis relaciones personales, y me senté en el sofá para enfrentarme a mi otra mitad, aquella que me aguardaba siempre en mi mundo.

No supe muy bien qué decirle. Se conocía de sobras aquella historia que se repetía una y otra vez. Me dijo que ésta era la última, pero yo sabía que no era así, que no sería yo quien pondría fin a aquello. Y entonces lo perdería para siempre, no habría retorno posible. Quizás, me contestó, era la única manera, pero no quise creerle.

Era de nuevo aquella puta sensación de sentir que no controlas nada. La odiaba desde los oscuros y profundos entresijos de mis entrañas, pero al mismo tiempo me parecía tan hermosa… Me sentía viva, viva y perdida.

Puede que fuera la adrenalina que necesitaba para emprender cualquier cambio drástico en mi vida. Sin embargo no sabía qué quería cambiar, ni cómo, ni si aquello me ayudaría de alguna manera, así que, como siempre, dejé a mi media mitad meditando en el sofá y salí a dar un paseo para intentar desalojar, siempre en la medida de lo posible, mi mente. Pensé en las cotidianeidades que nos hacen huir a todos de nuestros fantasmas, y, aunque ficticio, aquello me reconfortó. Volví a sentirme segura.

Debería haberla encerrado en mi habitación para no volver a verla nada más llegar a casa, pero allí estaba aguardándome, y no sonreía. Me reprochaba volver a huir, siempre huía decía. Pero ¿y qué? No servía de nada. Le grité, le mentí, le dije que no la necesitaba, incluso le pegué, no podía entender que no me entendiera, que no aceptara mis debilidades, y mis necesidades. Eran tan mías como ella. Quise arrancarla de mí, como tantas otras veces, pero sabía que no podía, que nadie podía. La dejé por imposible.

Al día siguiente, cuando volví a sacar el móvil del bolso por segunda vez para mirar la hora, volví a pensar lo inútil que era.

Creo que ya no puedo evitar vivir en corrientes circulares de aguas saladas y dulces al mismo tiempo. Quizás no puedo vivir sin el desasosiego de la disyuntiva entre seguir meciéndome en ellas o intentar nadar a contracorriente hasta alcanzar la segura orilla. De momento, y tal vez de nuevo sólo por hoy, me dejaré llevar a sabiendas de que esa decisión ya no es mía. Y eso me consuela.

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