Mi música
El jueves fui a ver a Maga en concierto. Tocaban en el Centro Cultural Laín Entralgo, siguiendo con su gira electro-acústica, “para hacer algo en el otoño”, como apuntó Miguel en una de sus pocas intervenciones. Estuve toda la tarde sin poder parar de hablar de ellos, esperando que pasaran las horas para que de una buena vez llegaran las 21:30. Y al fin llegaron. Y después de esperar casi una hora, en la que nos dio tiempo a vislumbrar muchas caras conocidas (de otros conciertos, de bares, sobretodo de la Momia, de tiendas popis…), se abrió el telón. Ya el concierto de Bunbury me demostró que se puede disfrutar igual desde el mogollón de la gente que sentado en una silla. Ni siquiera canté las letras, aún sabiéndolas de memoria, porque no quería perderme detalle de lo que ocurría en el escenario. Apenas alguna estrofa atiné a vocalizar. Todo lo que allí aconteció, tan básico y simple como perfecto, mereció la pena tanto que se convirtió en el mejor concierto al que he asistido jamás. Tocaron casi todos los temas por los que últimamente bebía los vientos, y lo hicieron con una impecable sensibilidad, contrastada con el ocasional desgarro de la voz del cantante, cada vez más fuerte y más segura. Al llegar al momento de “Elka” se me estremeció todo el cuerpo. Fue algo increible. Incluso las cuatro canciones que faltan en mi discografía, del Bidimensional, y no había oido hasta entonces, fueron apasionantes. No podía evitar, cada vez que terminaba un tema y comenzaban los aplausos, que una sonrisa enorme inundara mi cara. Son tan buenos, tan especiales, tan poéticos… Son mi grupo. “Dormido”, canción a la que reconozco no haber dedicado la atención que merece, me inundó, con sus agudos, su suavidad, y posteriormente con su crudeza casi brutal. Sólamente el sonido de la guitarra, primero suave, casi sin intención, y después apurando toda su capacidad, podía tocarte el alma con una delicadeza que te hacía susceptible, que te hacía dependiente, que casi te tornaba obsesivo. Cada vez necesitabas más. La sala se inundaba de acordes y altibajos vocales. Absolutamente todo estaba lleno de esa magia que los hace especiales. “Vacaciones de un minuto” también me emocionó. La verdad es que no logro encontrar el momento álgido de la noche, porque lo fueron todos. “Intentos de color” y “Piedraluna”, “Crujidos de reloj” y “El ojo espejo”, “Diecinueve”… Sólo faltó “Celesta”, pero no importa, otro día la podré disfrutar en directo, de eso estoy segura. Ahora cada vez que hago sonar sus discos, sus dos maravillosos discos, de los que me he apropiado tanto que ya son como míos, me recorre el cúmulo de sensaciones que pude experimentar esa noche. Sólo siento no haber podido acudir después a La Lata de Bombillas con mi segundo Maga para traérmelo de vuelta a casa con la letra de alguno de ellos. Pensar que esa misma letra sería la que da cuerpo a sus preciosas canciones…
Definitivamente, y musicalmente hablando, nada había sido tan mío como este grupo, nada me había definido nunca mejor, nada me había mostrado tan fielmente mi propia esencia. Ahora, habrá que esperar a su próximo concierto, y, sobretodo, a su próximo disco, del que seguro acabaré, y como siempre, sin desperdiciar ni una sola migaja (ni siquiera una figurita de mazapán).